martes, 13 de septiembre de 2016

En descampado

Paisaje, Isaak Van Ruisdeel
Hay paisajes que no se pueden pintar, porque inmediatamente se convertirían en un cuadro hortera, y se ve que no soy la única que lo piensa. 
En el primer relato corto de Joseph Conrad, "Los idiotas", el narrador describe el paisaje como "retazos rectangulares de vívidos verdes y amarillos, semejantes a los brochazos desmañados de un cuadro naïf".  Lo leí justo a la vuelta de un viaje de Castilla a Galicia; me estaba esperando en la mesilla un tocho tremebundo de su obra breve completa, y enseguida encontré el parrafito, breve también, y crudo. Me llamó la atención porque en algún tramo de carretera castellana, con sus tesos tostados y sus girasoles caídos, he pensado algo similar. También lo he pensado más de una vez en Galicia, donde el minifundio crea bellísimos tapices de retazos, bordados con las piedras de los muros: demasiado bonitos para ser pintados con detalle.
Las espigadoras, Banksy
Hoy en día ya casi nadie pinta paisajes bonitos de corte realista. Quedó muy atrás Turner y más atrás  aún quedaron  los paisajistas barrocos holandeses, que pintaban básicamente cielos enormes --siempre me han gustado esos cuadros en los que apenas se distinguen sombras y el protagonismo se lo llevan las nubes--. Solo pintan ya esos paisajes bonitos, con cascadas, flores y palmeras, los pintores naïf de estilo tropical o las señoras que se ufanan en clase de pintura para adultos. 
¿Y por qué, si nos encanta verlos en la realidad, no queremos tenerlos en pintura?
Pues no sé lo que os pasa a los demás, si es que os pasa: a mí me pasa que me supera la armonía absoluta. Cuando veo algo tan sumamente perfecto que solo podría convertirse en una foto (o un cuadro, un poema,  un relato, o una canción...) de belleza total, me revuelvo y me vuelvo hacia la ruina, lo roto o lo quemado; en resumidas cuentas, lo vivido. A veces me siento un poco Delta viviendo en mi mundo feliz, visitando el campo para tratar de alcanzar la belleza, pero necesitada de una dosis de urbe para poder llegar a disfrutarla. 
En una zona como esta en la que vivo, en la que no se sabe si sales de un pueblo para entrar en otro más que por los establecimientos bautizados a la moda de antaño con el nombre de la villa (y en algunos por esos postes que nos dicen "Bienvenido" y "Esperamos verlo de nuevo"), resulta difícil concebir la idea de "aquí empieza el campo" ,"aquí termina la ciudad". Por ahí abajo, en cambio, las ciudades llegan  justo hasta el límite en el que se tiran (o tiraban) las neveras viejas y las maletas con cadáveres: ¡son los descampados!, ¡ni campo ni ciudad! Ahí me quedo por hoy, tomándome un respiro.
Descampado,  (fotograma de la película Ori, Miguel Ángel Jiménez)