martes, 26 de abril de 2016

Instintos básicos

Antes de que se decidiesen a hacer este indescriptible spot, ya nos había llamado la atención en casa el descomedido rótulo de neón de Súper Nito, espíritu de  Las Vegas en plena recta de Corón, Vilanova de Arousa. Cuando se trata de llamar la atención, en Vilanova saben hacerlo. 
Hay que decir que casi cualquier cosa que provenga de Vilanova de Arousa nos parece singular, empezando por su más ilustre hijo, Ramón María del Valle-Inclán. En esa localidad se encuentra una casa-museo que recrea --más libre que fielmente-- la vivienda de los abuelos de Don Ramón, donde pasó su primerísima infancia. La he visitado en varias ocasiones, y en todas me quedo prendada del eco que hace en la pared de piedra la voz con la que el autor lee un fragmento de Sonata de otoño  y de la umbría presencia del enorme y antiquísimo magnolio, que sin duda hubo de cobijar juegos y ensueños del neno Monchiño.  Hay otra casa-museo en A Pobra do Caramiñal, donde su madre pasó unos meses antes de su nacimiento y donde vivió temporadas, ya casado y con hijos, tratando de volverse hidalgo a base de cultivar la tierra (huelga decir que no por su mano) y  reclamar al rey el Señorío del Caramiñal. Ninguno de los dos negocios tuvo éxito, así que no hay tal título, aunque igual sí que hay herederos que lo reclamen.  De su estancia en Pontevedra, Santiago, Madrid  y  Fefiñanes (Cambados) no queda testimonio inmueble destacado, aunque impone ver, en el cementerio de Santa Mariña Dozo de esta última localidad, la tumba pequeñita y siempre limpia de su hijo Joaquín María Baltasar. Está dentro de las ruinas de la antigua iglesia, un templo gótico con apuntes renacentistas, que hubo de ser abandonado a finales del XIX por la caída de su techumbre y que nunca recuperó el culto. 
Cambados dedica una calle a Valle-Inclán -- travesera de la de Doña Emilia Pardo Bazán, por cierto--pero en  Vilanova (ya volvemos a esta localidad arousana) encontramos nombres de calles como "Luces de bohemia", Marquesa Rosalinda" o "Plaza del Marqués de Bradomín". Eso sí, la recta de Corón, Vilanova, donde encontramos Súper Nito, se sigue llamando "la recta de Corón". 
Desconozco si Nito (no me preguntéis de qué nombre proviene ese diminutivo: desde Esteban a Román podría ser cualquiera) tiene ascendentes ilustres o literarios, pero desde luego no le falta imaginación para la promoción de sus productos. 
En la lucha contra las cadenas de distribución alimentaria y las grandes superficies, los pequeños negocios locales tienen que tirar de ingenio y de producto. Así vemos que nos ofrecen carne de primera, como la de los animales criados en casa, pero con las garantías de la modernidad. Ese mismo sistema sigue otra superheroína mía: Súper Rosita, en Dena, establecimiento al que peregrinaba hace tiempo --quizá lo siga haciendo-- alguna gente de mi pueblo, porque en su carnicería se vendía la mejor tira de asado, o el mejor jarrete para el cocido o la mejor blanquita (redondo) de ternera, que para atender a los gustos de todos hay.
Dena es una localidad minúscula y de paso que tengo asociada desde siempre con la carne: aquí está el mítico "O Forcado", una de las primeras "churrasquerías" que conozco, (sí, ya sabemos que un "churrasco" no es lo mismo que un "asado", pero la palabra exótica gana;  se traslada el significado y punto) cuya chimenea sigue desprendiendo el mismo olor a leña e instinto cavernario de siempre. Algo de primitivo mostramos cuando nos acercamos a la carne --los que lo hacemos-- sea para comprarla o para comerla, pero nuestro yo racional se niega a ver al bicho en sus partes e intenta convencerse de que es solo alimento. 
Por eso, cuando veo el anuncio de Súper Nito, con sus animalitos tratando de escapar del matachín y aún así puedo comer costilla asada,  o cuando leo esos pasajes crudos de la a menudo carnicera obra de Valle-Inclán y la disfruto como parte de mí, me siento en comunión con mis genes bárbaros.



viernes, 22 de abril de 2016

Libros rosas


Libros y rosas constituyen el regalo tradicional del 23 de abril en Cataluña, fiesta de San Jordi allí y Día del Libro en casi del mundo. En fecha tal de 1616, el hado quiso cargarse conjuntamente a Don Miguel de Cervantes Saavedra y a William Shakespeare. Un escritor catalán --paradójicamente apellidado Clavel-- propuso en 1923 a la Cámara del Libro de Cataluña celebrar entonces su día grande, y hasta ahora. 
Por preciosa que sea la tradición del libro y la rosa, no se ha extendido demasiado, aunque las librerías tengan a veces descuentos y detalles florales con sus lectores, como una que está muy cerca de casa y seguro que muchas que están cerca de las vuestras. No lo dejemos pasar.
El caso es que los libros que se venden más, este día y todos los del año, son precisamente los que antes llamábamos sencilla y sinestésicamente "novelas rosa". La literatura romántica, entendiendo el romanticismo en sentido popular, claro está, cuenta con un grandísimo y fidelísimo público.
Recuerdo que durante mi breve ocupación como lectora para la ONCE (corta pero intensa experiencia que no me importaría repetir), me tocó grabar un tocho enorme que ostentaba en su portada un aguerrido (y garrido) escocés despechugado de melena al viento. Era una novela de la serie "Higlanders". Primero la leí, entre divertida y alucinada, y luego me enteré de que había una serie entera de esas historias; es más, son un subgénero completo, que se escribe y publica en todo el mundo, no solo en el Reino Unido. 
El caso es que tras la lectura de tan solo una de ellas, no he necesitado leerme las famosas sombras de Grey para estar versada en todo tipo de artimañas seductoras, (aparte de que el planteamiento inicial  del libro de E. L. James me resulta repulsivamente machista, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión). Estoy segura de que, tras haber leído aquellos nombres en escocés gaélico (¡en voz alta, y declamando!), protagonistas del espeluznante relato de secuestro, violación, incesto, bailíos,  pillaje, denuestos, cuchilladas, pócimas,  espadazos, traición,  clanes, pasión descontrolada, lairds, brujería, sexo explícito, maldiciones, pérdidas, sexo implícito, kilts, cuevas, cabañas, brezo y haggies (hala, he hecho una referencia culinaria), ya no preciso ninguna otra lectura erótica en mi vida.
Sé que no toda la novela romántica es de tal calibre (perdón por el chiste fácil), sino que existen numerosas modalidades, desde las más ligeras y dulces (algunas literalmente llenas de cupcakes, magdalenas para los amigos) hasta las que se adentran en un franco erotismo. Entre destacan las series, como esta, ambientadas en épocas históricas y prehistóricas, en exóticos y lejanos lugares, o simplemente en la calle de al lado. En muchas de ellas, las mujeres son de armas tomar (algunas incluso literalmente), pero no deja de ser una leve concesión a la dignidad, si tenemos en cuenta sus argumentos, en los que la única búsqueda válida en la vida y el único fin de todos los esfuerzos es encontrar el amor de un hombre, sea este como sea (ya lo decía Rosalía de Castro, reproduciendo con aguzado oído el sentir popular: "San Antonio bendito, dádeme un home, anque me mate, anque me esfole, (...) Que, zambo ou trenco, sempre é bo ter un home para un remedio").
Todos conocemos, por haber leído o al menos haber visto en el kiosco (territorio rosa por excelencia) a la simpar Corín Tellado, seudónimo de María del Socorro Tellado López, pero quizá no sabíamos que existe una nueva generación de autoras españolas  e hispanoamericanas (igual hay algún autor, pero lo desconozco, o se camufla bajo nombre femenino) que publican en la actualidad, muchas de ellas directamente en libro digital. Aparecen en la red promociones de sus novelas casi a diario y me consta que hay blogs sobre el tema con miles de seguidoras y algunos cientos de seguidores, como www.novelaromantica.com.
La novela rosa  (la fascinación por la relación amorosa en la literatura es de larga tradición, pero no toda historia de amor es una novela rosa, claro, sobre los elementos definitorios del género sobran artículos publicados) nunca ha dejado de vivir desde que nació, tímidamente, en el principio de los tiempos literarios. Acabó copiándole el nombre a la novela del romanticismo. Con ella comparte el gusto por la tragedia, pero su alejamiento progresivo del drama en aras de un final feliz, la diferencia de esta.  
En inglés se llaman las novelas que nos ocupan romance novel  y en francés existe una denominación exquisita y con mucho bouquet:  roman à l'eau de rose, pero aunque en español se haya propuesto usar el término romance, me quedo con el nombre popular, que combina sencillez y delicadeza. Y es que una rosa es una rosa, no la toquéis ya más.


 

lunes, 18 de abril de 2016

Panem nostrum quotidianum


No, tampoco toca hoy hablar de pan, por muy sumamente importante que sea para nosotros, sino de letras, que para algunos son alimento también:
Mary Frances Kennedy Fisher --ahora está más o menos de moda porque han reeditado sus mejores obras en un solo volumen, "El arte de comer"-- escribió Cómo cocinar un lobo para paliar con recetas sucedáneas e imaginativas la dureza de la escasez; pero en realidad  sospecho que lo escribió para poder hablar de la alegría de comer a pesar de todo.  La autora gozó de cierta popularidad en su momento,  siempre aplacada por su condición de escritora de género menor. Algunos críticos están de acuerdo (a buenas horas) en que su calidad literaria es incluso mayor que su aportación culinaria.
Esta condición no es extraña a muchos de los libros llamados "de cocina":  desde el brillante Brillat-Savarin y su "Fisiología del gusto" que no hago más que citar (dime de qué presumes y te diré de lo que careces, ya me lo digo yo sola), hasta los clásicos "Picadillo" y "A cociña galega", de mis dos paisanos Manuel Puga y Parga y Álvaro Cunqueiro, respectivamente. Tengo pendiente la lectura de los libros de cocina moderna y antigua de Emilia Pardo Bazán, "La casa de Lúculo", de Julio Camba y  "Comer en Galicia", de Jorge-Víctor Sueiro, por citar solo los de gallegos famosos.
No me llama la atención, a pesar del título de este cuaderno, eso de rebuscar entre la Literatura (así con mayúsculas) para encontrar recetas dadas por detectives panzudos mientras resuelven un crimen como quien no quiere la cosa, ni me parece que sea  especialmente atractivo ni revelador (que me perdonen los cervantistas gastrónomos) acudir a una comida elaborada según las propuestas que se encuentran en "El Quijote".
La comida aparece en las obras liteararias porque los personajes la cultivan, la cazan, la compran, la hacen, la necesitan,  la disfrutan,  la sufren,  la rechazan, o la vomitan. La comida es parte de la vida y la literatura la refleja. A veces lo hace desde la más cruda ausencia (recuerdo a Lázaro de Tormes y me apetecen uvas, aparece don Pablos y los mendrugos se vuelven manjares), otras desde la opulencia obscena ("pantagruélico" no es un adjetivo casual, ya sabemos), algunas desde la ingenuidad del querer ofrecerse en ella (Babette nos lo enseñó). Pero siempre --me resisto al casi, aunque si pensase o leyese más quizá encontraría más de un ejemplo en contra-- lo hace acompañada de alegría, de esa pequeña felicidad de tener lo más importante, el pan nuestro de cada día.

jueves, 7 de abril de 2016

Mesa para dos


Juan Gris, La mesa del músico

1. La buena mesa
Otra vez no voy a hablar de comida. Hoy me interesa lo que hay a su alrededor, o más bien debajo. Además de los platos y  los cubiertos bien colocados (os recuerdo que ya hablé de esto en La mesa de los locos ), no es poco importante el mueble en sí. Una vez que estemos seguros de la comodidad de la silla, es fundamental que la base para nuestros platos sea firme. Y hermosa.
Hace unas semanas, un amigo contaba que se habían comprado, por fin,  una mesa para el comedor. Lo contaba con emoción contenida, describiendo sucintamente la nobleza del material, la pureza de las líneas, la resistencia del diseño... Fue capaz de transmitir la ilusión que le suponía estrenar la mesa con una comida familiar, para después brindarla a reuniones de amigos y a otros usos menos ortodoxos, como posar los libros recién comprados al llegar a casa. En algo tan prosaico --una mesa; hay miles de mesas, nos hemos sentado a tantas mesas-- transmitía parte de su filosofía de vida.
Coincido con él en que los objetos tienen con nosotros una relación:  la que queramos concederles. Para mí también son importantes las cosas, pero no por puro materialismo, (no soy dada a lujos y despilfarros precisamente), sino por ese amor a los objetos que me han transmitido genéticamente desde los tiempos en los que tener algo suponía contar su historia e inaugurar una línea de herencia. Había hace años un anuncio en prensa en este sentido que siempre me emocionaba: “Inicie su propia tradición. Nunca un Patek Philippe es del todo suyo, suyo es el placer de custodiarlo hasta la siguiente generación”. Así era antes, y todavía hoy podemos hacerlo con algunas pequeñas o grandes cosas; vale que Ikea nos ha robado un poco ese sueño, pero tampoco es malo que nos expresemos con nuestro propio vocabulario, siempre que sepamos asumir lo que nos fue dado y transmitir el cariño por lo que damos, aunque sea una estantería Billy.
(El resurgir de lo "vintage" va en este sentido, supongo, aunque lo han deturpado con las imitaciones de lo clásico. Eso sí que no lo soporto. Vintage sí, "estilo vintage" no, por favor. Eso y los relojes con forma de cosa --se salvan los discos, pero poco más-- me ponen literalmente de los nervios. Claro que siempre puedo respirar hondo y disfrutar de la compañía si me toca comer en una mesa así).
2.Tábula rasa
No tenemos en casa más que una mesa que se pueda llamar propiamente mesa. Está en la cocina y ha estado antes en otros tres lugares: un comedor, otra cocina y un aula.
La mesa tiene dos años menos que yo y, junto con unas sillas andaluzas de asiento de anea  y esmaltadas en blanco, formaba parte del comedor setentero de mis padres. Las fotos de nuestros cumpleaños primeros se hicieron todas a su alrededor.  No muchos años después de su época de honor,  pasó al comedor de la cocina de la casa nueva, y sobre ella se empezó a amasar la pizza,  a estirar los espaguetti que hacíamos con la máquina de pasta, a cortar los patrones de la Burda,  a resistir la presión del tiralíneas de los trabajos de dibujo técnico, a leer el periódico y  a revisar los deberes.
Cuando la familia creció -- nuera, yernos y nietos--, mis padres compraron una mesa grande,  rectangular  y extensible y nos dejaron la mesa redonda (no había dicho que es redonda: redonda, blanca y con un solo pie metálico y poderoso en el centro) para inaugurar una de las aulas de nuestro centro de estudios. Allí estuvo dos años, resistiendo borrones de tinta, borraduras de goma milán y marcas de lápiz. 
Cuando nos hicimos nuestro apartamento la subimos: pinté la pata central con pintura martelé gris y repuse el embellecedor del borde. 
Ahora estoy pensando en cambiarle el sobre. Diremos adiós a las rajaduras en la formica blanca, a las manchitas que ya no salen, a los pinchazos de compás que se notan aquí y allá. La mesa será la misma, aunque sus partes ya no lo sean. Como una nave de Teseo, la mesa cambiará sus componentes pero seguirá cumpliendo su función. Y cuando ya las niñas no sean niñas, es posible que tengamos que comprar una mesa extensible y esta pase al apartamento de una de ellas. Eso espero. Pero si no es así, no hay problema, tábula rasa. Tampoco es malo.

lunes, 4 de abril de 2016

Lateralidad cruzada

Ilustración de Roger Olmos para "Caperucita roja"
“A medida que crece, el saber cambia de forma. No hay uniformidad en el verdadero saber. Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los saltos de caballo en el ajedrez.
Lo que se desarrolla en línea recta y es predecible resulta irrelevante.

Lo decisivo es el saber torcido y, sobre todo, lateral.”

Elías Canetti, El suplicio de las moscas, IX.
Hace muchos años, una de mis amigas me regaló un libro de Elías Canetti. Poco tiempo después, otra amiga me brindó como regalo de cumpleaños una suscripción a la revista Lateral, desaparecida en el 2006 por cierto. 
Ambos objetos, libro y revista, presentaban un formato intencionadamente poco perdurable, (Lateral salía en papel prensa y el libro de Canetti, La lengua absuelta, estaba en una edición de Alianza, de aquellas con la portada de Daniel Gil, en papel beige de bajo gramaje) pero ambos perduran en mi memoria vital unidos a mis amigas, las cuales probablemente ni recuerden habérmelos regalado.
El pensamiento lateral --preconizado por los gurús setenteros de la creatividad como la panacea universal-- nos lleva a buscar nuevos usos para lo ya conocido, nuevas relaciones entre lo que relacionamos siempre del mismo modo (el tenedor y la cuchara; la pluma y el papel; ¿por qué no la cuchara y la pluma?),  pero a veces no es tanto un nuevo itinerario, como la invitación a recorrer el camino deteniéndonos en los atrancos,  parándonos a coger flores y charlando con los lobos feroces. 
Hay días en los que las ideas aceleran sin pedir permiso y el pensamiento circula a toda velocidad enlazando premisas de forma sorprendente--a cabesiña non para, que decimos por aquí-- y otros en los que se forma una maraña escandalosa, que da una sensación tal de desorden que me hace volver a creer en la necesidad del minimalismo (nunca me sentí totalmente cómoda en/con él). Cuando llego a este punto, escribo. En un papel cualquiera, en una de las libretas que tengo desperdigadas por los bolsos, en el taco de notas de al lado del teléfono...y se me pasa la inquietud; pero desde que tengo el blog, se me ocurre acercarme aquí y desenredar la maraña. Las dos ideas principales de hoy eran bien sencillas: lateralmente se llega más lejos que en línea recta, diga lo que diga la geometría, y mis amigas estimulan mi creatividad poniendo en mi camino atrancos que se convierten en impulsos.