lunes, 4 de julio de 2016

Vacaciones en casa


Antes se decía con sentido aquello de "hacer el agosto", porque era este el mes favorito para veranear --concepto que ya va quedando obsoleto--, al coincidir con el cierre institucional, y daba igual que viniese algún día malo, porque la gente se estaba aquí un mesecito o más y ya tenía sus chubasqueros, cuando no sus paraguas, y sus planes alternativos particulares (partidita de chinchón, tarde en los soportales de Combarro, de compras a las rebajas del Corte Inglés...).
"Cocina años setenta del blog unmundoenminiaturas.es "
Hace ya años que los "pupilos" no se pasan el verano entero --ya pocos el mes completo-- en pensiones o pisos de alquiler por habitaciones. El sistema que se usaba hasta no hace tanto, --heredero de las casas de huéspedes creadas en la entrada del pueblo para acoger a los bañistas que venían al balneario-- era tremendo; no sé si se seguirá dando todavía, pero espero que no: cada  familia  alojada (porque solían ser familias completas) hacía la compra y se le asignaba un estante en el frigorífico y un anaquel en la despensa. Mientras ellos se iban en coche o autobús de línea a A Lanzada o caminando hasta las playas del puente de A Toxa o Rons, la dueña de la casa o pensión, además de adecentar cuartos y dedicarse a lo suyo particular, tenía que hacer la comida para cada grupito. Si los de Madrid habían comprado merluza para rebozar, eso preparaba; si los de Palencia tenían unas chuletas de cerdo y una ensaladita, había que aprontarla; si los de Ourense querían arroz con pollo, pues eso se les tenía listo: tortillas, ensaladillas, guisos varios...daba igual. La señora de la casa, sola o con ayuda de la abuela que pelaba patatas y la niña que enharinaba el pescado o troceaba el pollo, debía dar el punto a cinco o siete platos distintos, arreglarse con las cantidades que le habían entregado y tenerlo calentito --en una fuente de metal sobre una olla con agua hirviendo, que no había microondas-- para cuando llegasen todos, cada uno a su hora.
Esa trabajina se pasaba a diario al menos durante dos o tres meses al año, lo cual no quiere decir, ni por asomo, que se descansase los otros nueve o diez; pero para muchas familias trabajadoras era la principal entrada de dinero, y para otras la que permitía dar estudios a los hijos o un alto a la casa, según sus prioridades.
Aunque el sistema rozaba el esclavismo, en realidad se fraguaban grandes amistades e incluso amores, (cuajó lo que parecía romance de verano entre la niña pinche de cocina --ya no tan niña-- y el chico de los de Palencia, que estudió para abogado y acabó poniendo despacho en Pontevedra).  Muchos primeros viajes a Madrid surgieron de esos pupilajes, para visitar a los señores que llevaban tantos años viniendo y que ahora, fíjate, nos invitan a la boda de su chica mediana, la menos feitiña pero más espabilada.
Esta es la parte buena; pero lo que no podemos olvidar, a pesar de este romanticismo que he metido a presión ahora al final,  es que la hostelería (aunque sea en un furancho, que es lo que va quedando de ese tipo de turismo de "ir a casa de alguien") es servicio y oficio, no se ejerce por solo amor al prójimo y merece respeto máximo, siempre que sea recíproco, ya que estamos esdrújulos.




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