El pueblo se va transformando poco a poco en una sucursal del verano. Da igual que el tiempo no acompañe (este año sí, por cierto): el aparcamiento del puerto se llena de autobuses, los hoteles confiesan que tienen los fines de semana llenos, los barcos turísticos cargan pasajeros temerosos y descargan hordas animadas por los mejillones y el vino blanco, los restaurantes anuncian sus mariscadas de mayor o menor valor y mayor o menor calidad y las "colareiras" venden su mercancía artesana compitiendo con los subsaharianos que ofrecen gafas de sol y perfumes baratos.
En las carpas de la fiesta se escuchan gaitas y griterío, y se ven colas (rápidas) para pagar los tiquets y colas (un poquito más lentas) para recoger los platos encargados. Huele a navajas a la plancha, a arroz de mariscos, a pulpo "á feira", a mejillones al vapor...
Me gusta mucho acercarme a la carpa de los pinchos especiales. Varios locales proponen sus platos de marisco con distintas presentaciones: hamburguesa de pulpo, sushi a la gallega y otras combinaciones exóticas y atractivas, no nos falta de nada.
La cafetería de la fiesta también es un punto de atracción: hay actuaciones musicales en sesión vermú (y no, no regalan el vermú) y por las noches, después de los conciertos, y tiene mucho éxito también porque es de los pocos sitios, junto con el mítico "El moscón"(este lugar merece un post para él solo: lo escribiré), en los que puedes sentarte dentro del recinto ferial.
Por supuesto los bares, restaurantes y terrazas del puerto y de orillamar están a tope, vendiendo mayormente marisco, aunque haya quien venga y busque dónde comer churrasco, como me preguntaron el año pasado.
Mientras tanto, podéis venir a comer marisco a nuestro paraíso, aunque la "centola" tendrá que esperar a noviembre. No es mala fecha.
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