viernes, 9 de diciembre de 2016

Estar de dulce

Con lo deliciosos que son los higos frescos, carnosos y dulces (con su cristalina gotita de miel, como decía Juan Ramón Jiménez), ¿por qué será que no me gustan nada los higos pasos? Ni las uvas pasas, ni los secos orejones de albaricoque, ni las aburridas y medicinales ciruelas pasas. Mi paladar admite el azúcar en saturación en el dulce de leche, en las natas montadas y en los chocolates más grasientos, pero no se lleva bien con esas inocentes fructosas rodeadas de fibra, por muy bien que sienten según para qué.
Otra cosa son las mermeladas. Se conoce la necesidad antigua de conservar la fruta para el invierno y se sabe que el azúcar es un conservante excelente, como nos cuentan en el museo --museo, sí, ¿de qué no habrá museo todavía?-- de la confitura de Torrent, Girona. La distinción entre confitura y mermelada está aquí bien explicadita, así que me la ahorro, pero de las otras conservas dulces no sé ya tanto: algo he oído sobre las uvas secadas en la propia parra, sobre los higos puestos al sol en los tejados o sobre los jarabes de pétalo de rosa que se usan para elaborar las delicias turcas.  Sobre esto último vi un ¿delicioso? reportaje que me recordó lejanamente  la obsesiva destilación de la belleza incorpórea que Jean-Baptiste Grenouille llevaba a cabo en El perfume.
El almíbar es otro de los modos de conserva, en este caso de fruta cocida, que más popularidad tiene. ¿En qué casa de señora que se precie no se ha salido del paso con unos melocotones en almíbar como postre improvisado? Por viejuno que suene, como dice El comidista, se sigue vendiendo en los supermercados, si no para tomárselos solos --¿con tenedor y cuchillo o con cuchara?, gran dilema-- sí para relleno goloso de tartas de cumpleaños caseras, complemento de helados de vainilla o para cocinar esa inverosímil pero no por ello imaginaria receta de lomo con melocotón.
En almíbar se cuecen también las castañas para convertirlas en una cosa francesa y finísima llamada marrón glacé, (aunque se preparen en el mismo Ourense, como las de Cuevas) y las naranjas, melocotones o peras para que se vuelvan tan aragonesas como la Virgen del Pilar con ayuda del chocolate.
Y llegamos (probablemente dejándonos por el camino algún que otro dulcísimo fruto de la tierra) a los que nos zamparemos sin ganas mientras vemos el programa de Fin de Año de la cadena elegida (cualquiera o ninguna vale). La combinación original era de almendra y miel, con algo de clara de huevo para amalgamar, pero la miel es producto caro, así que los turrones de hoy llevan más azúcares que manjares de abeja reina.
Dejo a las wikipedias y a ustedes las discusiones sobre orígenes, recetas y virtudes de Jijona y Alicante. Almendra y dulce combinan a la perfección, según yo lo saboreo cada año, también en los almendrados de Allariz que hasta Cunqueiro se atrevió a poner en papel.
Y por último el mazapán, de origen árabe según dicen, que bordan en Toledo, concretamente en Sonseca, aunque a mí me sepan bien hasta los más cutres de la caja llena de bolsitas individuales (papel, plástico...odio los envases, otro día iremos a ello) de la marca blanca del súper.
Así que estas Navidades, como siempre, quedarán para otros los higos pasos y yo cederé, como siempre también, a la tentación del dulce, por más que, en general, prefiera en mi vida la sal, en todas las acepciones de la palabra.

1 comentario: