martes, 15 de marzo de 2016

Cuestión de músculos


Los mejillones, según las variedades conocidas en España,  se llaman en latín "mitylus edulis" (la variante andaluza) o "mitylus galloprovincialis" (la norteña) y en algunos idiomas su nombre se emparenta con el de los músculos. Según Corominas y Pascual , "mejillón" proviene del portugués mexilhâo, o del gallego mexillón, y nos llega desde el hispano latín *muscellio -onis, derivado de muscellus, diminutivo del latín musculus 'mejillón' o músculo. Con razón, pues estos moluscos son todo proteínas. Esto lo aprendí de muy pequeña, porque mi pueblo era hace años punta de lanza del sector mejillonero gallego, y este estaba a la cabeza del español y europeo, que era el primero mundial. Los acuerdos comerciales con Chile (de donde se importa, pero a donde se ha exportado nuestro saber hacer y algunos de nuestros trabajadores) y la preponderancia de China, han rebajado la posición al tercer puesto. 
No pasa nada. Seguimos ofreciendo calidad, aunque para disgusto y miedo de muchos salte aquí o allá una alarma de vez en cuando: las temidas mareas rojas cierran polígonos de explotación al primer aviso, pero el mejillón sin depurar y sin controlar no debe llegar al mercado. La depuración se hace de forma estricta y las revisiones de toxinas y otros elementos están más que establecidas, así que si el mejillón llega a la venta, es que se puede comer con toda tranquilidad.
Aunque se comenzó antes con otros sistemas, similares a los pontones franceses, en los años cuarenta y cincuenta se instalaban en Galicia las primeras bateas --que así se llaman las plataformas de cultivo-- por aquí y por allá, en cualquier parte. Se tenía la idea de que el mar era de todos y, siguiendo la caótica disposición de las casas en nuestro minifundio ancestral, se instalaban donde cada uno consideraba que le quedaban a mano. Pero pronto se vio necesaria una ordenación y se establecieron los actuales polígonos, que conforman ya el paisaje de la ría. De este modo es también más seguro el control, que se realiza tanto en los laboratorios de la propia depuradora como por organismos oficiales.
A algunas personas les choca ver esos escuadrones de aparentes navíos fondeados en el mar cuando se acercan por primera vez a las Rías Baixas. Yo los he visto crecer, como si se tratase de una armada invencible, y los he visto evolucionar, desde las primeras bateas, que aprovechaban cascos de viejos barcos, hasta la llegada del poliuretano y la fibra de vidrio. No sé si habrá tenido éxito la idea de la batea redonda que salió hace unos años, la "bateamedusa". Aún no he visto ninguna, pero quizá triunfe: se ve que con ese diseño todos los mejillones reciben el plancton de forma regular y alcanzan mayor tamaño.
Las traviesas de eucalipto tratado (unos 27 metros de arbol acostado sobre el mar); los primeros cajones de batea, de madera embreada; los flotadores metálicos (todavía los más abundantes); las casetas en las que a veces vivían perros histéricos, pobrecillos; las superficies en cruceta, como balsas inacabadas; el olor característico a pez cuando te vas acercando a ellas: todo forma parte de mi paisaje. Unas cuantas excursiones en barco mejillonero he hecho y más de una vez he estado de niña en una depuradora, oliendo a cloro y agua de mar, curiosa mezcla, fascinada con el precario laboratorio en el que se extraían las muestras de control en los setenta. Siempre me daban ganas de tirarme a las piscinas en las que se limpiaban los mejillones.
Mi padre siempre se queja de que en los restaurantes de mi pueblo no hay excesiva variedad de preparaciones, cuando desde la asociación de mejilloneros se viene haciendo desde hace muchísimos años un concurso de recetas originales de mejillón. A él, que fue jurado unas cuantas veces, le impresionó especialmente --siempre nos la recuerda-- una cobertura de chocolate negro que convertía el mejillón en un bombón de mar.  Pero se ve que estas recetas creativas no llegan a las cocinas, por cuestión de comodidad o porque los turistas se quedan hartos de la "mejillonada" al vapor con la que los embuten en los barcos de paseo y no piensan en pedir más. 
Sea como sea, simplemente recién cocinado y rociado o no con limón, el mejillón ofrece su dulce y salada carne con la conciencia --si la tuviere-- de ser un marisco de segunda. Pero bendita sea esa consideración, que lo deja llegar a nuestra mesa con un coste aceptable y toda una panoplia de posibles preparaciones. Estoy pensando en ponerlos mañana y desde luego los comeremos el día de San José, celebración familiar de onomásticas y día del padre. Gracias al mío guardo especial cariño a este bicho, así que de recibo es que le dedique esta entrada a quien firmaba sus colaboraciones en prensa con un inequívoco "Xan das bateas". 

PD: Aunque no es la intención de este espacio dar recetas, os recomiendo una que triunfa siempre: siguiendo las instrucciones para hacer paté clásico con la Thermomix (o sin ella) sustituid los higadillos por mejillones. Simplemente delicioso.

1 comentario:

  1. Felicidades, Laura, tu pluma no defrauda... ¡Cuántos recuerdos!
    Comparto:
    - el contenido en fondo y forma del artículo;
    - los mejillones; y...
    - el paté de la Thermomix o no...
    Y animo a los lectores a consumir mejillones... algo más que al vapor con limón o no.
    Gracias.

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