martes, 22 de marzo de 2016

Pasarse de rosca

 













Ya es primavera oficialmente; se huele por todo el pueblo. Pero no es un aroma de flores, sino de pan dulce: los obradores están preparando las roscas de Pascua. 
La panadería que había frente a mi casa ya no las hace; es una pena, porque me encantaba observar el trajín de sacos de harina y azúcar, docenas y docenas de huevos, botellas de anís "las cadenas", litros y litros de leche, decenas de paquetes de mantequilla y bolsas enteras de bolitas de azúcar coloreado para completar la cobertura con un toque de fantasía. Guardamos durante bastante tiempo un calendario en el que figuraba una foto de Carducho, el panadero, metiendo una hornada de roscas. Él y su mujer, Pituca, trabajaban horas y horas durante estas semanas, y nuestro camino estaba siempre atascado con los coches que venían a recoger "las encargas". Creo que en castellano la voz "encarga"  no se puede usar en femenino, pero me gusta mucho este rasgo del castellano de Galicia, así que lo conservaré mientras se me entienda.
Ahora hacen roscas en todas partes, hasta las venden en el súper: con azúcar cande, con frutas confitadas, con chocolate y hasta rellenas, cual roscones de Reyes.  Es una tradición que existe en muchos lugares del mundo (aunque los huevos y las monas de Pascua sean los favoritos de los niños) con formas y recetas parecidas. Se trata de hacer panes dulces para que los padrinos regalen a sus ahijados el Domingo de Resurrección, aunque se suele comer desde varios días antes; en casa la probamos ya el día de San José, como regalo del horno donde mis padres compran siempre el pan, todo un detalle.
La tradición dice que han de regalártela hasta que te cases, claro que eso era antes, porque la gente se casaba muy jovencita. Ahora no saldría  a cuenta,así que muchos padrinos negocian con los ahijados hacerles otros regalos, o bien interrumpen la tradición en cuanto se echan el primer novio o novia.
Como buena fiesta mayor,  la Pascua de Resurrección se disfruta con una comida especial. Aunque también, como ya he dicho, nos hemos rendido a las monas de pascua, lo típico aquí es este postre, --que más bien suele servir de desayuno en los días posteriores-- que lleva en sí mismo la representación de la fiesta de la vida en la que participa: la forma redonda simboliza lo cíclico y la eternidad y la primitiva decoración, con huevos cocidos en la propia masa, hace referencia al nacimiento. Por mucho que el interés de la mayoría de quienes participan activamente (o como mirones entusiastas, o estupefactos) de la Semana Santa se suela centrar en los días de la Pasión y Muerte, es evidente que la clave de la celebración es la Resurrección. Todos los años nos lo recuerdan, pero es evidente que el morbo de los nazarenos y los cristos sangrientos puede más que el milagro de la vida eterna. Así somos.
Como otras muchas tradiciones supuestamente cristianas, su origen es ecléctico. Se suele hacer referencia a la costumbre de la Roma antigua de ofrendar a la tierra renacida huevos y pasteles redondos, con casi la misma simbología que hoy conservan. Seguro que en Grecia se hacía algo parecido: Démeter y Perséfone, Ceres y Proserpina...tanto monta.
Aunque hayamos pasado hace milenios del mythos al lógos y aunque el cristianismo haya bendecido los ritos paganos, está claro que a casi todos nos siguen gustando los símbolos. Y los pasteles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario